Sus manos no tenían uñas y su aliento desinflaba toda pretensión de cercanía. Camila intentaba no pensar en él, pero la estrechez del espacio hacía inevitable el contacto. Las mesas arrinconadas le cedían terreno a la pista de baile y algunos invitados aprovechaban la oportunidad para realizar una minuciosa auditoría a los trajes de los asistentes. El salón de fiesta era amplio pero la distribución era incómoda por la cantidad de columnas atravesadas por doquier. La decoración parecía de fiesta infantil. Muchos globos y comida chatarra abundaban en el lugar.
Tequeños y bolitas de carnes salpicaban los manteles mientras que Camila ocupaba su boca en hablar por teléfono. Sus pies sometidos a la prisión de unos tacones prefirieron resguardarse bajo la silla. Fue entonces cuando se acercó Narciso. Su caminar pausado arremonilaba el humo a su alrededor y diminutos pero abundantes puntos blancos, desterrados de su cabellera y exiliados en su chaqueta negra, se revelaban inoportunos bajo el resplandor de la luz blanca.
Él la abordó confiado y le tendió su mano sin mediar palabra. Ella asustada por la intransigencia de la situación, se negó a ser su pareja en la balada que empezaba a sonar. Simulaba sentirse mal. Los padres de Camila tomaron partido. Le exigieron, disimulando cualquier intento de presión, que aceptara la invitación de su profesor. Su petición se volvió victoria.
La barriga de Narciso cobró protagonismo cuando los cuerpos se juntaron. Era dura y con un tamaño similar a un embarazo de 5 meses. Su alumna trataba de olvidar la rabia que sentía mientras coreaba la canción. Él saborea su lengua con sus pequeños labios como siendo consciente de las sensaciones que provocaba. Sus cabellos alambrados disputaban el negro y el blanco en la cara de ella y su cara evocaba una seguridad poco justificada con su apariencia física.
La música no paraba; un tema se conjugaba con otro. La pista estaba abarrotada, ocasión que aprovechaba para no soltarla en ningún momento. Los mariachis no aparecían y ningún otro hombre se atrevía a rescatarla. A pesar de la situación de incomodidad, ella intentaba disimularlo. Era complaciente porque sabía que estaba en juego un año escolar por delante junto a una materia por aprobar. Su traje de lino y su corbata floreada le otorgaba la prestancia de director funerario. Ella en cambio, estaba radiante con su vestido azul del mismo tono que sus ojos. Aunque ninguno de los dos guardaba ningún tipo de semejanza, parecían padre e hija por la diferencia de edades que existía entre ellos.
La música terminó al compás de la incomodidad. Llegó la tranquilidad pero duró poco. Otra ocurrencia rondaba la mente de su papá. Apartó una silla para Narciso y lo ubicó al lado de Camila. Su tía era centinela de su compostura porque era la única que notaba la indisposición de ella. Pasaron los minutos y una esperanza nació. Caminó hacia la tarima y habló con el cantante. Minutos después Narciso era la estrella de la noche.
Camilo Sexto, Sandro, Nino Bravo y Rafael fueron algunas de las voces imitadas por él. Luego de su repertorio de desparpajo continuó su injustificada persecución a Camila. La invitó a subir al escenario, pero esta vez ella tomó el micrófono y pidió que los asistentes se acercaran a la torta.
En realidad su tía estaba completamente engañada. Ella tenía una percepción errada de la situación amorosa de su sobrina. Cuando todos estaban congregados alrededor del dulce, Camila anunció su compromiso con el profesor Narciso.
2 comentarios:
Me encanto demasiado esta historia, me senti ahi esta escrita de una manera que realmente pude lograr imaginarme todos los lugares y situaciones descritas...
Recuero el día en que se leyó tu cuento en clases y la sorpresa que ello produjo. Allí había una escritora , no en ciernes como la mayoría de los escuchas, sino que arrasaba con su imaginación y narrativa. Ya no estoy sorprendida, lo que todos intuimos es ahora una realidad.
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