sábado, agosto 22, 2009
Por la cuerda floja
Soy un enano con ventaja, y lo afirmo como una primicia. No es que sea superior a los demás, lo que pasa es que nadie puede estar a mi altura. Trabajo en el techo y desde esa perspectiva olvido mis semejanzas con los enanos de abajo. No hablo en forma despectiva, sólo trato de poner en contexto la historia que voy a narrar. En el momento que pasó lo que voy a contar más abajo, no existían las escaleras ni tampoco existía en la mente de ningún ser vivo, la idea de montarse en una silla para alcanzar algo que estuviera fuera del alcance de un simple estirón de brazo. A raíz de esta precariedad en el acontecer diario, el supermercado “A tu alcance” decidió contratarme con el fin de suplir las carencias que presentan las personas de mi estatura para tomar los productos de los anaqueles más alejados del piso. Yo no sentía vértigo ni miedo escénico así que fui contratado de inmediato. Los primeros días fueron bastante movidos, pero los siguientes eran totalmente tediosos; así que decidí llevar mi pasatiempo preferido al trabajo. Soy titiritero, pero de una sola marioneta, ya que sería un sacrilegio probar con otra. Aquella vez la llevé al trabajo, como los hilos eran casi imperceptibles, la hice pasar por una clienta más. Me ha hecho compañía por tantos años que he logrado fingir la voz ideal para ella. Ese día todos los hombres la miraban y las mujeres la envidiaban. A veces me ponía celoso, pero nunca los culpé de su actitud porque ellos no sabían que estaba acompañada. El gerente se le acercó y le preguntó si necesitaba ayuda. Yo tuve que responder por ella, claro está. No gracias, dije yo pero imitando la voz de ella que al mismo tiempo era mía porque yo la había creado. Él era insistente y yo la hacía reservada, pero cuando él se marchaba ella lo invitó a salir. De más está decir que me partió el corazón, pero era tarde: ya me había enamorado.
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