miércoles, agosto 26, 2009
Mi gran invento
Estás tanto en mi cabeza que pienso que eres algún tipo de aparato que he inventado. Antes que alguien más te piense, te voy a patentar.
Otra preocupación más
“Si alguien ama a una flor de la que no existe más que un solo ejemplar en los millones y millones de estrellas, eso le basta para ser feliz cuando las contempla. Se dice a sí mismo: Mi flor está ahí en algún sitio… Pero si el cordero se come la flor, para él es como si de pronto todas la estrellas se extinguieran”. Antoine De Saint-Exúperi. El principito.
¿Quién dijo miedo?
Ben Amí tiene 37 años, vive solo, odia la luz blanca y le molesta que las misses digan: “Ante todo, buenas noches”. A él le molestan muchísimas cosas más en la vida, pero una sola le da miedo. La oscuridad. Ustedes dirán: ¿tan grandote? Pues así es. En su cuarto hay dos camas: la de él y, perpendicular a su cabezera, se encuentra la que 20 años atrás le pertenecía a su hermano. Todas los noches, cuando llega el momento de dormir, él reza para que se le quite el miedo y no tenga pesadillas. Aunque este acontecimiento forma parte de su rutina, siempre está a la espera de que su suerte -continuamente en litigio con sus metas- cambie de un día para otro. Antes de acostarse enciende la luz amarilla del pasillo. Considera un descaro total la impunidad con la que se desplazan los fantasmas en la oscuridad, por eso, en caso de tener que toparse con uno prefiere que la luz deje en evidencia al transgresor en cuestión. Él, incrustado en la desesperanza junto al mutismo de la cama vacía a su lado, mantiene sus brazos debajo de las sábanas mientras le da sueño. Prefiere dormir boca arriba para que nunca lo agarren desprevenido; en esa posición pararse le tomaría unos segundos menos que si durmiera boca abajo. Luego de un peregrinaje por diversos pensamientos de este tipo la paciencia de Ben Ami se disloca. Los buenos recuerdos se escabullen de su cerebro como acelerador de su estrés. La calma titubea al compás de la brisa que golpea a la persiana. Y por fin logra dormirse. Esta vez es diferente. No hay pesadillas. Sueña y en sus sueños es feliz. Las imágenes color pastel bautizan sus esperanzas de sosiego. Piensa que nada puede hipotecar la llegada de la tranquilidad a su vida. Bueno, al menos eso pensaba hasta que alguien lo despertó.
Líbranos del mal. Amén
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